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sábado, 27 de abril de 2013


Reflexión en torno al la lectura del libro "El consumo me consume" de Tomás Moulián.

La construcción de un mundo hedonista debido a la sociedad capitalista

Por María José Ávalos

A medida que leía el libro “El consumo me consume” escrito por Tomás Moulian, concordaba con todas las ideas que este autor recalcaba.

Primero que todo, dejaré en claro que al escribir este ensayo, haber reflexionado y desarrollado mi opinión con respecto al consumismo, me encontré cínica, un poco falsa, e incluso hasta hipócrita. ¿Pero por qué me costó responderme con plena sinceridad? Creo que me consideré de esa forma ya que yo también estoy dentro de la rueda del consumo, estoy en el sistema, me encanta ir al mall, salir con amigos a ese lugar, consumir todo tipo de extravagancias, recorrer tiendas, comprar ropa, cosas caras y cosas baratas, y hasta a veces no me fijo cuando gasto por gastar y no por necesidad. Y cuando ocurre lo anterior, al final del día me quedo con la billetera vacía. La verdad es que me desagrada darme cuenta que aquello en lo que creía es completamente una mentira.

Es impresionante la cantidad de gastos y facilidades que se encuentran dentro de las casas comerciales para realizar una compra, si no es en una tarjeta es un crédito, una cuota o un descuento, pero todo lleva a vender y comprar, lo que me hizo lograr captar la diferencia entre “invertir” y “gastar”.

A través del tiempo he podido percibir las cosas de una manera distinta, me sorprende recordar las pocas veces que cuando visitaba el mall con mi madre, todo era feliz, lo que pedía se me compraba, no dimensionaba costo alguno, para mí la gente pagaba con sus sonrisas y no con billetes. Luego fui creciendo, manejando el dinero yo misma, sufriendo porque no me alcanzaba para hacer todo lo que yo quería. ¿Provocando qué? Una frustración dentro de mí, por no obtener lo que “creía que me haría feliz”.

Eso es algo que actualmente detesto desde mi fuero interno, haber pensado que la felicidad se compraba. ¿Pero es así realmente? Confío en que no.

A pesar de haber leído este libro un par de veces solamente, percibí y reconocí fácilmente a lo que se refería Moulian con respecto a los malls como “la catedral del consumo”, al momento de verificar, vivir, y hacer de este un trabajo en terreno, no quería quedarme con solo la lectura, por lo que decidí comprobar lo que Tomás señala en su libro y rescatar lo que se vive actualmente.

Para empezar, los malls son completamente privados, antes no me lo había preguntado jamás, siempre pensé que era una multitienda “bonita” que el estado lo puso para “hacer feliz a la gente” (¡rayos! qué ciega estaba). Analicé la estructura de los malls, lindos a simple vista, pero no vemos lo que está más presente que se hace invisible para nuestros ojos: Sinceramente es demasiado fácil entrar pero es bastante dificultoso salir de allí ¡Es un laberinto! ¿Y nosotros entonces qué somos? ¡Unas ratas de laboratorio qué creen perseguir su queso! ¿No lo habías pensado así cierto? ¡A veces no encuentro la puerta y tantas que tiene! porque me desplazo por un pasillo central y me encuentro con otro igual al anterior. Las escaleras están muy separadas unas de otras, todo está lleno y lleno de tiendas, lo que causa una distracción y desenfoque del objetivo de comprar “tal cosa” cuando al final terminas adquiriendo más productos de los que tenías pensado en mente. Los baños están en el segundo piso casi siempre, y a veces pegan slogans de “oferta” o “sale! 50% off” lo que hace que la gente se preocupe mayoritariamente de cantidad más que de calidad. De simplemente llevar algo que está más barato -aunque no les sirva de nada- porque es una “ganga”, porque salen “ganando”, porque no tienen idea de todo lo que hay detrás de este negocio.

Los malls son más que un lugar para comprar, ahora te confunden con diversión con algo que te haga quedarte. Las multitiendas, ya no sólo vende las cosas de antes, ahora tienen café instalado para no salir de allí al patio de comida, ahora generan un consumo masificado y desmedido, en dónde el que no se da cuenta de esto, sale ganando felicidad falsa, creyendo en algo que no existe realmente, cuando en realidad sale con una cuenta que no puede pagar. Por algo existen las “repactaciones” y las cuotas a largo plazo ¿no?

Bueno, poco a poco, sin percatarnos este sistema y esta “catedral del consumo” nos van moldeando, nos hace llegar a querer más y más, porque lo que está puesto en vitrina es sinónimo de status: “Lo usas, lo eres”. Y esto provoca un desequilibrio en el bolsillo: Invisible para otros, tormentoso para el sobregirado. Quien cree que aun así poseer algo caro, es ser de la elite.

A decir verdad así mismo opino: No cualquiera puede vestir Gucci o Armani, calzar Lacoste o Salomon, ni mucho menos poseer esa magnífica esencia a Dior o Channel. No obstante, el gran problema de esto, es que a veces a la gente le gusta aparentar, pagar lo que no puede pero sí lo que quiere. El hecho de no priorizar gastos, como las cuentas básicas que cada uno hereda al nacer y darse grandes lujos para querer tener una “mejor imagen”, cuando en el fondo no es disfrutable, porque te la pasas pensando en que este lujo te va a rasguñar el bolsillo en los próximos 8 a 36 meses.

A veces busco dentro de mí y aún encuentro lo poco que queda de esa “yo” única a la que le dan ganas de escaparse de la rutina, ir a acostarte sobre el pasto de un campo y mirar eternamente el cielo, sin que nada le preocupe, sentir la brisa sobre su piel y que el viento mueva su cabello, ser testigo de cómo las nubes se van moviendo con el viento, presenciar a las hojas de los árboles caer. Pero gracias a esta ciudad yo no puedo hacerlo y vivo estresada entre murallas de concreto que no me dejan apreciar lo lindo que se puede ver el día a día de la naturaleza, que me hacen creer que comprar es la solución, que me “deje seducir”, que “destape la felicidad” con Coca-Cola, que “descubra un nuevo mundo, todo lo que podía imaginar y más…” con el Costanera Center. Que viva de puras mentiras

Y entonces me pongo a pensar que mi madre no está tan equivocada como creía, que cuando me dice que vivir en el campo, con las necesidades básicas lejos de un mall por el mismo sueldo, haría maravillas y viviría mejor.

Por lo tanto quisiera decir que me deja anonadada percatarme como el consumo nos consume de una u otra forma, sin darnos cuenta en variadas ocasiones, la forma en que se modifica el mundo hedonista quien reina en estos tiempos, y el continuo predominante de la catedral de las compras y ventas. Resulta que una mente ocupada comprando, está desocupada pensando.

Para terminar, me ayudó bastante no sólo leer al escritor Tomás Moulián, sino que también llevar a terreno lo que él explicaba, comprender y reflexionar todo, cambiar mi visión del mundo, y quedar con las ganas de cambiar la visión de los demás.

Aprender que la felicidad no se ve reflejada en quién tiene más, o quién tiene menos, sino en quien sabe y reconoce que cada momento es único, y que al final cuando nos toca dejar este mundo, a nadie le va a importar lo material que dejemos, sino la huella que marcamos en los demás.

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